. Quarter Rock Press - El día que cambió la música
 
 
   

El día que cambió la música

MIXAR LÓPEZ - Periodista

(Twitter: @nomenclatura)

 

 

 

Era una bicicleta Raleigh Lenton color verde en la que se desplazaba el chico flaco de humor negro y nariz aguileña. El Sol punzándole la piel, picándole el humor y las furiosas ganas de hacer música. Mucho rock & roll enfadado para las chicas patricias y burguesas, para mojar sus pantis, para bajar sus faldas y bailar un Twist desenfrenado. Pero unas amenazantes nubes negras anunciaban una lluvia antagónica, una lluvia desanimada Depresión y música de iglesia, las tangentes instadas para ese día en 1957. La Feria de la Villa de Woolton, en la Iglesia Saint Peter’s, Liverpool, era lo que le esperaba al chico, una presentación tan gris como el cielo de la ciudad,   una   tocada   que   podría   deprimir   al   mismísimo   Cristo   del   Saint Peter’s. Humor negro y día gris, no parecía una mala idea: el cielo siempre es lánguido al noroeste de Inglaterra, pero la música puede despejarlo todo.

El  chico  de la  bicicleta   verde   era John  Lennon,  y su  banda se nombraba “The Quarry Men Skiffle Group”, quienes estaban listos para formar parte de aquel desfile que los haría llegar a la feria, ubicada en la parte trasera del Templo. El bajista Len Garry tocaría un primitivo bajo hecho a partir de una caja de madera usada para transportar te, con un mástil vertical fabricado a partir de un palo de escoba. Así se las arreglaba la banda, así eran las ganas de tocar, de reventar la Capilla, de explotar la ciudad; pero para el ocaso, el chico de la Raleigh Lenton ya había hocicado el alcohol, tanto como para sentirse completamente borracho, tanto como para arruinarlo todo, de todas las maneras posibles. El mal humor del de nariz aguileña se había convertido en una nube oscura más sobre el cielo de Liverpool, se encontraba desanimado, borracho y asqueado de la música convencional. 

La banda militar desfiló. El rector de la iglesia Sain’t Peter’s dio inicio al evento. “Las Cuatro Estaciones” y “La Caperucita Roja” se presentaron como actos secundarios. La banda militar paró de tocar y tras un silencio,​ subió al escenario The Quarry Men, quienes tambaleantes y aún afanosos, tocaron canciones como “I’m Gonna Sit Right Down and Cry Over You”, entre otras de Elvis Presley.  La chicas burguesas se habían ido a su casa después del “show”, el olor a golosinas, pólvora y mamonería reinaban en el lugar, un fracaso al parecer, una tocada más en las ínfulas de la cursileria, una puta feria patronal, un fiasco total; pero aún quedaba la fiesta que cerraría la feria de ese día, misma que se realizaría en el auditorio de la Iglesia, en donde amenizarían de igual manera la patética noche, junto a la George Edwards Band. Lennon estaba boquiabierto por lo que vio y escuchó en el auditorio. Un párvulo y enclenque joven de nombre Paul había tomado su guitarra y comenzaba a cantar aquel tema de Eddie Cochran: “Twenty Flight Rock”. McCartney, de quince años, manifestaba maestría tocando la guitarra Zenith esplendorosamente. Se dice que todas las personas que trabajaban engalanando el auditorio para la fiesta se acercaron para escuchar estupefactas. Lennon simplemente quedó pasmado y no pudo contenerse de ver a un joven tan pequeño tocando tan bien. Ese sábado en que se conocieron John Lennon y Paul McCartney, ese  5 de julio de 1957, cambiaría la música por completo.

 

 

Paul McCartney siempre ha sido mi ídolo, para qué mentir, sus letras, su carácter, su modo de moverse desenfadadamente en el escenario, de dar entrevistas, de posar para las fotografías, de vestirse, de responder, de cuestionar, de cantar, me ponen en raya. McCartney es el hombre más perfecto del siglo XX, ya está, todo está dicho y nadie puede revocar esa idea en mi mente. En contraste, llevo una relación  amor - odio   con John Lennon, el hipócrita, el desesperado por el dinero y la fama, el conformista sin razonamiento propio, el seguidor y no líder, quien no tenía una sola idea de la política, el mentiroso, un tipo completamente desagradable que aún así, forma parte primordial en mi vida, en mi soundtrack personal, esa banda sonora que tenemos los de vidas tristes. Comenzó a percibirse en mis oídos cuando llegaba del colegio, apaleado, desalentado, ninguneado, cuando tenía que​ caminar por horas para llegar a mi vivienda, cuando el hambre cimbraba en mi estómago vacío, cuando rompía con la chica a la que amaba, cuando morían mis amigos, mis seres queridos, cuando me encontraba solo en casa, sin ninguna compañía, en el bar, en la cárcel, en la calle, a punto del suicidio. Siempre eran estos dos, regresándome las ganas de vivir, de continuar, de prolongar mi cochina y errada existencia. Y siempre era esa canción escrita por Lennon la que me salvaba del suicidio, la canción del amparo, una serie de tonadas que sintonizan conmigo desde la puericia, energía pura, sintonización, conexión, enlace o vínculo divino, alabanza que siempre estará ahí para todo tipo de tempestad. Un piano depurado, doliente, lastimero, que restablece todo tipo de contusiones, la voz espiritual de Lennon que hace vibrar todo tipo de cuerpos y embauca los ojos, crea todo tipo de turbiones en ellos: 

“ Don't need to be afraid / no need to be afraid / it's real love, it's real / yes it's real love, it's real / Thought i'd been in love befote /  but in my heart, i wanted more / seems like all i really was doing was waiting for you”.

Después de esa melodía todo se vuelve a vivificar, a restablecerse, a germinar. El día se expande, las emociones se contraen, la algarabía se abre paso y la lagrimas dejan de manar; es el mi himno contra toda borrasca, contra todo tormento e impureza del alma, disculpen ustedes lo almidonado. Tal vez hubieron otros días importantes, como la llegada del hombre a la Luna y el inicio del Internet en 1969 o la caída del Muro de Berlín en 1989, ya saben, ese tipo de tonterías, el día que se inventó la Ketchup y cuando nacieron mis hijos, pero aquel 5 de julio de 1957 no tiene comparación   alguna.   Para   ciertas   personas,   su   día   favorito   es   quizás cuando se concibieron los inusitados antidepresivos, cuando se inventaron las drogas socialmente asentidas. Para mí, el más trascendente, el día más culminante para la humanidad, fue cuando Lennon y McCartney estrecharon por primera vez sus manos, y eso ni el sacrosanto Prozac lo supera. Yes! it's real love!​

 

Corona

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