MIXAR LÓPEZ - Periodista
(Twitter: @nomenclatura)
Estuvo aquí apenas un segundo, una pequeña fracción, tan solo pestañeo, tan solo un paso encendido, un movimiento de cadera, una nota grave, extravagante, un adjetivo, una dicción, un Haiku descortés, exasperante, un acorde armónico, una penetrada, una corrida, una convulsión.
Estuvo ahí y pocos estuvieron en ese lugar para vislumbrar su huella, su agudeza, su inventiva, su entendimiento, su enfermedad. Tocado por los dioses del Rock, el bailoteo y la poesía, asediado por los demonios del sufrimiento. Ian Curtis deja rastros de toda esa clarividencia descompuesta, en un libro impar editado por Malpaso: 'En cuerpo y alma: cancionero de Joy Division'.
Sucede que el crítico Jon Savage ha reunido en un volumen las cuarenta composiciones que Curtis escribió a lo largo de una vida enferma remediada por su suicido en 1980. Textos vagamente misteriosos, vagamente hermosos sobre los que planean las sombras tutelares quizás de Kafka y las furtivas metáforas del modernismo que no conoció pero que sí vislumbró.
Como complemento a estas magníficas letras, se reproducen páginas de sus cuadernos, bocetos y otros materiales que iluminan los aspectos menos evidentes de ese trabajo poético. A la pregunta de por qué publicar un libro tan discrepante como éste, los editores de Malpaso nos responden que es uno de los mejores poemarios del rock, firmado por el más oscuro de sus creadores.
A pesar de su corta vida (24 años), Ian Curtis dejó una traza indeleble en la historia de la música, y aún, de la poesía. Sus letras son auténticos poemas que representan como ningún otro texto, la desesperación de toda una generación, de mi generación.
Se dice que muchas canciones contienen esporádicos chispazos de “alto voltaje lírico”, pero que muy pocas consiguen sustentar sus letras como creaciones autónomas: la palabra suele decaer (o pudrirse) sin el soporte de las notas. Hay, sin embargo, excepciones, una de ellas es Bob Dylan, posiblemente. Pero la indiscutible es Ian Curtis, fundador y lider de Joy Division. Si los dioses le concedieron pocos días sobre la tierra, éstos fueron almenos magnánimos. Tan solo un segundo, lo suficiente para dejarnos una obra rumbosa y difícilmente clasificable.
Yo diría que una obra póstuma inabarcable, porque en cada gemido, en cada nota, en cada conmoción, en cada flashazo y atisbo de malestar, hay un misterio, una distancia imperecedera, lozanía y bucólica congregadas, zarpadas en un futuro, a posteriori, dentro de mil años luz. Ian estuvo aquí solo en su suspiro, un relámpago, tan solo una división, tan solo un segundo y nos hizo parte de una música que no será entendida ahora, pero sí en la posteridad, cuando el amor nos destroce otra vez.